lundi 2 janvier 2012

" Al Fondo Hay Sitio ! "

No sólo es una canción, sino también un comentario que se escucha a menudo cuando se sube a un bus en la ciudad de Lima, Perú. También conocidos como “combi”, “micro” o “colectivo”, los buses llenos de gente no pueden faltar en el sistema de transporte público de esta metrópoli. Aparecenen las calles limeñas en todos los tamaños y colores, a cualquier hora y conectan incluso el último rincón de la ciudad con el centro de la capital. Tras vivir y trabajar en Lima, una alemana nos cuenta de sus experiencias con las combis y de las curiosidades que enfrentó trasladándosecomo un ciudadano limeño más. . 


Si pienso en el tráfico de Lima, en primera instancia recuerdo la notable extensión de la ciudad, la gran variedad y cantidad de vehículos públicos y el lío total que resulta la combinación de las tres variables. Para los peruanos no es nada más que la rutina diaria que les hace subir a un taxi o combi para llegar al trabajo o a casa. Sin embargo a un turista europeo le cuesta entender el sistema del transporte que parece no seguir ninguna regla.

Cuando vivía en Lima, siempre pude observar la misma escena tanto en los barrios turísticos cómo en los más pobres: buses viejos corriendo a una velocidad peligrosa uno al lado del otro en varios carriles, tratando de hacer caso a las señales de tráfico; hombres parados en las puertas abiertas de los buses gritando nombres incomprensibles de calles; y sonidos ensordecedores de bocinas y motores ruidosos.

Independiente de la marca del coche y su tamaño, una característica que tenían casi todos los buses era su aspecto lamentable y las fallas de funcionamiento: bollasneumáticos planos y señalizadores rotos que no transmitían seguridad y confianza.

A pesar de todo, no hay manera de evitar las combis. “Son ellas quienes por un transporte de pequeña o larga distancia te cobran la mitad de precio que un taxi”, explica mi amigo peruano Fernando Flores, residente de Lima desde hace 20 años y cliente frecuente de las combis.
Además, como para mí las combis limeñas representaron la forma más peruana y auténtica de trasladarme por la ciudad, me vi casi obligada a adaptarme a la cultura “anfitriona” y de atreverme a intentarlo. ¿Y quién hubiera pensado que al final me divertiría un montón?



El miedo de observar las combis por fuera se mantuvo cuando estuve dentro de una por primera vez. Los asientos parecían haber sido diseñados para niños. Estaban unidos de una manera poco “amigable” para mis largas piernas. El estilo de conducción me recordó a un recorrido en una montaña rusa. Además, me confundió la presencia de un personaje llamado “cobrador” que siempre va en el bus y quereclama el pago de sus pasajeros diciendo: “¡Pasajes!, ¡pasajes!”, y por hacer sonar una moneda suelta en su mano.


Todo el tiempo veía personas en la calle que hacían señas para detener el bus. Continuamente bajaba gente de la combi en lugares donde había o no habíaparaderoDaba lo mismo. También subían artistas callejeros que cantaban, bailaban,recitaban poemas o hacían magia para entretener a los pasajeros y pedir una propina.
Si el bus todavía no parecía estar suficientemente lleno, entraban tambiénvendedores ambulantes que vendían todo desde alimentos y libros hasta medicina natural y aceite de motor. “Venden chocolates para el frío, gaseosas y aguas minerales cuando hace calor, queques de todos los sabores y caramelos cuando el clima es templado”, analiza Fernando.

Muchas veces viajé en combis en las que ya no cabía ni un alfilerSin embargo, la gente no dejaba de subir. “Esto da risa porque cuando el bus está lleno, el cobrador dice: ‘¡Avancen hacia atrás, que al fondo hay sitio!’ Esto lo hacen sólo para subir más personas al vehículo, sabiendo que ya no hay espacio”, explica mi amigo. Menos mal que nunca pude enfadarme mucho por esta situación, ya que la música alegre del tipo cumbia o reggaetón a mí casi siempre me hacía olvidar la molestia.



En Lima, una ciudad con 8 millones de habitantes y de 45 distritos, nunca sabía cuál combi me servía para llegar a mi destino. Los buses no tienen horarios, a veces ni siquiera hay paraderos fijos y múltiples empresas de transporte controlan el tráfico. Aunque las combis siempre tienen números y muestran los nombres de las calles principales por las que pasan, es fácil equivocarse.


Resultó que más de una vez me encontré en la calle desesperada y rodeada de un gran caos: buses con diferentes colores, números y letras y con varios cobradores que me gritaban desde sus combis “¡Arequipa!”, “¡Javier Prado!”, “¡Bolichera!”.
Curiosamente también los peruanos tienen problemas para orientarse en Lima, me confesó Fernando: “Muchas veces me confundía y tomaba otras líneas. Es así que aprendí a reconocer nombres y colores. No es muy recomendable preguntar a los cobradores sobre tu destino porque la mayoría no es sincera y te hace subir solo para cobrar un pasaje. Algo mucho mejor es preguntar a las pequeñas tiendas o puestos de periódicos que están en cada esquina. Estos señores que trabajan ahí saben que bus o combi de que color, tamaño o nombre hay que tomar para llegar a un destino.”
Con el paso del tiempo y con más práctica, averigüé las rutas principales y que “La Chama” pasa por “Ov. Higuereta” y que “La Orion” baja la “Av. Benavides”.
Fernando me contó que allá por 1990 cuando subió por primera vez a una combi, le parecía fantástico porque el bus era pequeño como para un niño, pero, a la vez, muy rápido. Aunque ya no vivo en Lima, mis recuerdos de las combis son fantásticos también.

Es cierto: los buses son caóticos, rápidos, inseguros y una aventura para cualquier europeo que creció con el lujo de un sistema de tráfico ordenado. Sin embargo, es justamente esa diferencia cultural la que tiene su encanto para mí. “Hay quienes quieren a las combis y quienes las odian”, solía decir Fernando. Y yo las quiero…



Los tres protagonistas de las combis son los conductores, cobradores y controladores. Los primeros, manejan el bus y definen la ruta. Los cobradores avisan a la gente por dónde va la combi y cobran a los que ya están dentro delmicro. Los controladores son las personas que esperan en la calle y que apuntan el tiempo de llegada de cada vehículo. Lo que el turista europeo no ve a primera vista es la correlación entre los tres. El controlador regula el “horario” de los buses midiendo con reloj los intervalos en los que llegan las combis. Gracias a él, los conductores saben a qué distancia y velocidad conducir para poder encontrar suficientes pasajeros en la calle. En cambio, a los cobradores se les paga una propina por su servicio ya que la mayoría no trabaja para una empresa. A menudo los “gringos” se sienten intimidados por los tres personajes debido a su modo de ser, brutal y vulgar. Su vocabulario interno tampoco ayuda. Cuando una combi está llena, dicen: “¡Está sopa!”. Cuando una combi se detiene muchas veces para recoger más pasajeros, dicen: “¡Plancha!”. Y cuando un cobrador te intenta subir a su combi, aunque tú todavía no sabes que bus quieres tomar, te dicen “¡Habla, vas!”.


Fuente : Veinte-Mundos

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